La vela que se negaba a encenderse.
Había una vez, en un pequeño pueblo, una tienda de artesanías donde se vendían velas hechas a mano. Cada una era única, con diferentes formas, colores y aromas. En una estantería apartada, se encontraba una vela de color azul con un delicado diseño floral que la hacía destacar entre todas las demás. Sin embargo, esta vela tenía una peculiaridad: se negaba a ser encendida.
Cada vez que alguien la compraba y trataba de encenderla, la llama simplemente no prendía. Las demás velas de la tienda, al ver lo que sucedía, empezaron a susurrar entre ellas, comentando que esa vela azul debía estar defectuosa. Incluso las velas más antiguas, que ya habían iluminado muchas casas y momentos especiales, hablaban con lástima de la pobre vela azul que parecía incapaz de cumplir su propósito.
Con el tiempo, la vela azul fue devuelta a la tienda una y otra vez, siempre sin haber sido usada. Se empezó a sentir inútil y rechazó cualquier intento de ser comprada de nuevo. Una noche, después de haber sido devuelta por enésima vez, la vela se encontraba en el estante, observando cómo otras velas eran llevadas para iluminar cenas familiares, reuniones de amigos y vigilias de oración. En su tristeza, la vela se preguntó cuál era su verdadero propósito. "Si no puedo ser encendida, ¿de qué sirvo?", pensaba, sintiéndose cada vez más pequeña y sin valor.
En medio de la noche, la tienda se sumió en la oscuridad. El viento comenzó a soplar fuertemente y, de repente, una tormenta inesperada dejó a todo el pueblo sin electricidad. La dueña de la tienda, una anciana bondadosa que siempre había cuidado sus velas con esmero, se levantó y comenzó a buscar algo con lo que pudiera iluminar su hogar. Encendió una vela tras otra, pero la fuerte corriente de aire que entraba por las ventanas apagaba todas las llamas al instante.
Cuando estaba a punto de darse por vencida, sus ojos se posaron sobre la vela azul, la única que nunca había sido encendida. La anciana la tomó entre sus manos y dijo: "Quizás hoy sea tu oportunidad de brillar". La vela, aunque dudosa, sintió el calor de las manos de la anciana y algo en su interior comenzó a cambiar. La mujer la encendió con cuidado, y contra todo pronóstico, la llama prendió.
La llama no solo prendió, sino que brilló con una intensidad especial, como si toda la luz que había estado esperando liberar por tanto tiempo quisiera salir de una sola vez. La vela azul iluminó toda la tienda, llenando cada rincón con una luz cálida y reconfortante. A medida que la luz se extendía, las sombras se desvanecían y la tienda se llenó de un ambiente de paz y tranquilidad. Aquella noche, la vela azul fue la única que pudo mantenerse encendida, a pesar de los vientos y la oscuridad.
Las otras velas, desde sus estantes, observaron con asombro cómo la vela que siempre se había negado a encenderse ahora iluminaba el lugar con una luz más radiante de lo que ninguna de ellas había logrado jamás. La vela azul comprendió entonces que el hecho de haber esperado tanto tiempo no era una debilidad, sino una fortaleza. Había esperado el momento correcto, el propósito adecuado para brillar con todo su ser. La anciana sonrió, mientras murmuraba: "Siempre hay un momento para cada uno de nosotros. Hoy es tu momento, pequeña vela".
Reflexión
Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos sentimos como la vela azul. Puede que sintamos que no estamos cumpliendo con nuestro propósito, que nos falta algo para poder encendernos y brillar como otros lo hacen. Nos comparamos constantemente con quienes parecen estar iluminando el mundo, mientras nosotros nos sentimos atrapados, apagados, sin sentido alguno. Es fácil sentirse así en una sociedad que mide el éxito por logros visibles y luces aparentes.
Pero lo que muchas veces no comprendemos es que Dios tiene un tiempo y un propósito para cada uno de nosotros. Puede que aún no sea el momento de brillar, puede que estemos en una etapa de preparación, de crecimiento interno, de esperar a que llegue la oportunidad precisa en la que nuestra luz pueda hacer la diferencia. La vela azul no era defectuosa; simplemente estaba reservada para un momento especial, un momento en el que su luz sería verdaderamente necesaria.
Dios nos ha creado con un propósito único, y aunque a veces sintamos que no estamos avanzando, Él está preparando el escenario para que podamos cumplir ese propósito. Nuestra luz, aunque parezca pequeña o débil comparada con la de otros, tiene el poder de iluminar la oscuridad en el momento adecuado. No se trata de compararse, de competir o de desesperarse por no estar donde otros están; se trata de confiar en que nuestro momento llegará, y cuando eso ocurra, brillaremos con una intensidad única, porque seremos exactamente quienes Dios nos ha llamado a ser.
La vela azul nos enseña que la espera no es inútil, que Dios tiene el control y que, aunque otros puedan dudar de nuestro valor o nosotros mismos lo cuestionemos, en el momento justo seremos luz para aquellos que más lo necesiten. Así que, si te sientes apagado, si crees que no estás cumpliendo con tu propósito, recuerda que Dios no se ha olvidado de ti. Él sabe exactamente cuándo será tu momento de brillar. Tu luz puede ser la respuesta a la oscuridad de alguien más, y cuando llegue el momento, tu brillo será inconfundible y necesario.
Esperamos que esta reflexión haya sido de gran bendición para tu vida. Te invitamos a regresar cada día para encontrar más reflexiones que te inspiren y fortalezcan tu fe. ¡Que Dios te bendiga siempre!