La mariposa que temía volar.
Había una vez una mariposa llamada Alba que vivía en un hermoso jardín lleno de flores coloridas y fragantes. Desde que Alba era solo una oruga, siempre había observado a otras mariposas volar de una flor a otra, danzando en el aire con gracia y libertad. Soñaba con el día en que también podría elevarse, sentir el viento acariciando sus alas y admirar el mundo desde lo alto. Sin embargo, cuando finalmente llegó el día en que emergió de su capullo, se encontró atrapada por el miedo.
Alba se había convertido en una hermosa mariposa, con alas de colores vibrantes que reflejaban la luz del sol como si fueran vitrales de una catedral. Pero en vez de abrir sus alas y volar, se quedaba en una rama baja, observando desde lejos. “¿Y si mis alas no son lo suficientemente fuertes? ¿Y si me caigo? ¿Y si el viento me lleva demasiado lejos?”, se preguntaba una y otra vez.
Cada día, Alba veía a las otras mariposas que volaban libremente por el jardín. Algunas se posaban cerca de ella, invitándola a unirse a la danza, pero ella solo podía sacudir sus alas y murmurar: “Tal vez mañana”. La verdad era que Alba se sentía insegura y temía el cambio. Había pasado tanto tiempo como una oruga, pegada a las hojas del jardín, que le costaba imaginarse en el aire, sin el suelo firme bajo su cuerpo.
Un día, una fuerte tormenta comenzó a formarse. El cielo se nubló y el viento comenzó a soplar con fuerza, moviendo todas las ramas del jardín. Alba, que había estado escondida en su lugar de siempre, comenzó a sentir que la rama sobre la que estaba no era segura. El viento se tornó tan fuerte que las hojas que la rodeaban comenzaron a volar por el aire y Alba se aferró lo más que pudo, pero entonces la rama se rompió.
Con temor, Alba se dejó caer, pero al hacerlo, instintivamente abrió sus alas. El viento la llevó hacia arriba y comenzó a volar. Al principio, el pánico la invadió, pues nunca había sentido el aire bajo sus alas de esa manera, pero poco a poco se dio cuenta de que podía controlarlo. Sus alas eran fuertes, más de lo que había imaginado, y cada batir la llevó más lejos, más alto. Sintiendo el aire fresco y la libertad, Alba se dio cuenta de algo: aquello que había temido durante tanto tiempo era, en realidad, lo que la hacía sentirse más viva.
Alba voló sobre el jardín, sobre los árboles y las flores, sintiendo una paz que nunca antes había experimentado. Las gotas de lluvia caían suavemente, y a pesar de la tormenta, ella se sintió más segura en el aire que nunca lo había hecho aferrándose a una rama. Volar no solo era su destino, era su liberación.
Cuando la tormenta terminó, Alba regresó a una flor y se posó con gracia. La tierra estaba más verde y las flores brillaban con el rocío. A partir de ese momento, Alba ya no temía volar. Comprendió que su mayor obstáculo siempre había sido el miedo que ella misma había alimentado, pero al enfrentarlo, descubrió que podía alcanzar alturas que nunca había imaginado.
Reflexión final
Muchas veces, nosotros somos como Alba. Vivimos atrapados en el miedo a lo desconocido, temiendo que nuestras capacidades no sean suficientes para enfrentar los desafíos que tenemos por delante. Preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, aferrados a la seguridad de lo conocido, porque el cambio nos asusta.
Pero Dios nos ha dado alas, nos ha dado talentos y capacidades para volar, para avanzar y crecer. En la vida cristiana, confiar en Él es la clave para superar nuestros miedos. Dios nos invita a abrir nuestras alas y volar, a confiar en Su guía incluso cuando el viento parezca amenazador. Cuando tememos, olvidamos que no estamos solos; Dios siempre está allí, sosteniéndonos y dándonos la fuerza que necesitamos para elevarnos por encima de las tormentas.
El miedo no es algo que podamos eliminar completamente, pero sí podemos elegir cómo responder a él. Podemos quedarnos aferrados a la rama, preocupados por lo que podría salir mal, o podemos abrir nuestras alas y confiar en que Dios nos sostendrá. No somos llamados a una vida de temor, sino a una vida de fe y valentía. Cuando finalmente damos ese paso y confiamos, descubrimos que somos capaces de más de lo que alguna vez imaginamos.
Al igual que Alba, cuando dejamos de lado nuestras inseguridades y abrimos nuestras alas, encontramos la libertad y la paz que solo vienen de vivir en el propósito de Dios. La verdadera vida comienza cuando decidimos volar, cuando enfrentamos nuestras tormentas con la certeza de que Aquel que nos dio las alas también nos dará la fuerza para usarlas. Quizás hoy es el día para dejar de decir “tal vez mañana” y comenzar a vivir el plan que Dios tiene para ti. No temas, él estará contigo en cada batir de tus alas.
Esperamos que esta reflexión haya sido de gran bendición para tu vida. Te invitamos a regresar cada día para encontrar más reflexiones que te inspiren y fortalezcan tu fe. ¡Que Dios te bendiga siempre!